Después de varios minutos preguntaste - ¿Hacia dónde va el
taxi? – Paul mirando por la ventana – Hacia nuest… a mi casa – No volvieron a
decir más.
Bajaron del taxi, Paul pagó al conductor y quedaron solos.
Paul sin ni siquiera mirarte y procurando siempre darte la espalda avanzó hasta
la puerta, tú lo seguiste.
Entraron por la puerta trasera y dieron con la cocina. Tú –
Quiero tomar un largo baño – Paul revisaba unos sobres sobre el desayunador –
Ya sabes dónde está el baño – Sin duda ambos se habían convertido en esos ogros
horripilantes.
Subiste con muchos esfuerzos por las escaleras, tardaste
mucho en llegar al baño y comenzaste a quitarte tu ropa, el dolor te lo hacía
todo más difícil. A pesar del sufrimiento por el que pasabas evitabas gritar
que era lo único que deseabas hacer. Estabas a punto de desabrochar tu pantalón
cuando Paul te rodeó con sus brazos y se
encargó de desvestirte en su totalidad. Antes de que giraras limpiaste de tus
mejillas las lágrimas que se te habían escapado.
Ahí estaba el amor de tu vida, con sus ojos más tristes que
jamás hubieras visto, su boca no decía nada. Comenzó a desabotonarse su camisa
mientras tú no apartabas la mirada de sus ojos.
La bañera ya estaba lista. Paul entró dentro y te ayudó a
que lo acompañaras. Era realmente relajante: estabas apoyada sobre el cuerpo de
Paul, no podías ver su rostro pero sus brazos te rodeaban totalmente.
No querías arruinar el momento, sabías que Paul era el que
sabía que palabra utilizar en el momento adecuado pero también permanecía en
silencio, callado.
Él – No quiero lastimarte, tomaré esta esponja – Te
inclinaste un poco para enfrente y él giró su tronco para alcanzar una mesita
donde había todo tipo de esponjas, sales, perfumes, jabones, lo que fuera. Paul
empezó a pasar la esponja por tu espalda mientras peinaba tu cabello y lo movía
para enfrente, pasaron así un largo rato. Se acercó a tu cuerpo y beso tus
hombros – Recárgate de nuevo – Lo hiciste y ahora Paul tallaba tus brazos, tu
cuello, pasó sus manos muy indiscretamente por tus pechos y empezó a tocar con
su mano tu seno derecho, así pasó un buen rato hasta que con la esponja bajó
hasta tu vientre.
Tú – Paul… - Él – Por favor, no lo hagas. – Tú muy despacio
– Es necesario… - Él, sin expresión, sin rostro, más que su voz y sus manos –
No hay momento en el que cuando hablamos no terminemos peleando, por favor,
quiero estar tranquilo de nuevo contigo y recordar este momento y no tratar de
reprimir esto como los últimos pasajes que hemos vivido… por favor. – Tenía
razón. Suspiraste y comenzaste a sollozar en silencio, tratabas de disimularlo
pero sabías que Paul ya lo había notado, no pasó mucho para que dejaras de hacerlo,
en eso, Paul te tomó con más fuerza con sus brazos y tú no hiciste más que
ceder a estar más cerca de su cuerpo.
Después de lo que dijo Paul ninguno de los dos se atrevió a
decir alguna otra palabra, bajaron a tomar un poco de té, subieron, entraron a
la habitación, apagaron las luces y durmieron.
A la medianoche despertaste y no viste a Paul, en vez de eso
escuchaste los acordes de una guitarra. Saliste de la habitación y viste una
luz encendida a lo lejos, avanzaste y reconociste la espalda de Paul. Esperaste
unos segundos en la entrada de la habitación. Él – Entra, acércate – Giró su
cabeza, se veía más sereno - La he terminado… - Tú viste como la luz de la
lámpara alumbraba unas hojas tachonadas – Y quiero que la escuches – Seguías en
silencio, viendo como Paul acercaba a él una guitarra – Aquí voy… toma asiento
- Se miraron brevemente y él comenzó.